El círculo se desgarra a sí mismo – Piedras galería (2017)

Textos sobre la muestra

Romina Paula

Du aber bist der Baum – Pero tú eres el árbol (Rilke)

La paradoja de Russell o paradoja del barbero

  Supongamos los casos de conjuntos que son miembros de sí mismos. Un ejemplo descrito es el que supone un conjunto que consta de «ideas abstractas». Dicho conjunto es miembro de sí mismo porque el propio conjunto es una idea abstracta. Otro ejemplo sería una bolsa con bolsas dentro. Por otro lado un conjunto que consta de «libros» no es miembro de sí mismo porque el conjunto en sí no es un libro. Russell preguntaba (en carta escrita a Frege en 1902), si el conjunto de los conjuntos que no forman parte de sí mismos (es decir, aquel conjunto que engloba a todos aquellos conjuntos que no están incluidos en sí mismos, como el de «libros» en el ejemplo anterior) forma parte de sí mismo. La paradoja consiste en que si no forma parte de sí mismo, pertenece al tipo de conjuntos que no forman parte de sí mismos y por lo tanto forma parte de sí mismo. Es decir, formará parte de sí mismo sólo si no forma parte de sí mismo.

  Hay unas pequeñas placas que son trozos/ partes/ piezas de cortezas en resina.

  A primera vista estas pequeñas constelaciones marrones se presentan como mapas, como geografías; pero si uno se acerca reconoce la corteza.

  Pienso en esa idea de que cada célula es y contiene todo el organismo que integra en su información: cada célula del árbol es ya el árbol entero, contiene en sí toda su información. Pienso que esos archipiélagos de cortezas podrían ser eso, archipiélagos. Es solo una cuestión de perspectiva. ¿De tamaño?

  La edad del árbol se cuenta en sus aros, al hacer un corte transversal, y ese último aro, el más anciano, revienta la corteza hacia fuera.

  Adrián desarticula el árbol en sus elementos, un árbol fósil.
  Recolecta, encuentra, observa.
  Otra paradoja es también que levante restos de árboles de la ciudad.
  Las resinas son producidas por el árbol para la cicatrización de heridas.
  Cada cosa es todas las cosas.

  La corteza, para quien la observa de afuera, da la idea de escudo de protección. Y sin embargo, es la última capa de vida, la más antigua, la que se desprende, la que ya no tiene más nada que hacer. ¿O es, entonces, la más poderosa y la más prescindible a la vez?

  Estados de eso que acaba siendo madera; el concepto de estado en sí mismo también alberga esta paradoja: es algo transitorio, pero hasta que transite es estático. Árbol, entonces, en algunos de sus estados post mortem. Estados madera. Madera que a su vez puede generar nueva vida, por ejemplo, por combustión.

Romina Paula, 2016


Las cortezas como encuentro con el límite
Patricia García

Cuántas veces se ha comparado en poesía la corteza con la piel humana. Sus vetas con nuestras arrugas, sus estrías con nuestras huellas, sus surcos y los nuestros, testigos del inexorable pasar por la historia. Las cortezas de los árboles son pequeños mapas del recuerdo, recorridos del tiempo, cartografía de los pasos dados. Lugares de la memoria. Porque normalmente, si pensamos en memoria, automáticamente acudimos al tiempo, a la temporalidad, y olvidamos el espacio. Pero la historia y el recuerdo también se desarrollan en el espacio. El árbol, por ello, es metáfora y realidad de esa intersección espacio-temporal: las cortezas son lugares de la memoria.

  Pierre Nora en su trabajo sobre los Lieux de la memoire (1984) propone la siguiente tesis: el hecho de que la memoria ya no sea algo que se apoye sobre un discurso hegemónico (la Iglesia, el Estado) ha generado en la segunda mitad del siglo XX una proliferación de lo que llama “lugares de la memoria”. Esos lugares de la memoria nos rodean por todas partes: los hemos construido como discurso de nuestro pasado. Son los nuevos mitos fundacionales para explicar quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí: son símbolos mediadores entre el presente y el pasado, entre memoria colectiva y memoria individual: materializan la memoria a través de objetos (archivos, calendarios) o espacios (templos, santuarios, bibliotecas, museos, monumentos).

  Por ello me gustaría presentar las cortezas como lugares de la memoria: espacializaciones del tiempo, materializaciones espaciales del recuerdo, tejidos de la historia que queda habitada por el árbol.

  Cuando nos acercamos al árbol, vemos lo que es y nos asomamos también a lo que ha sido. Es un encuentro con la historia. Es por ello una experiencia hermenéutica: tomamos conciencia histórica, dialogamos con el pasado, nos recuerda el árbol que somos seres anclados a una tradición (llamémosle tiempo). La corteza del árbol, como nuestra(s) historia(s), se puede leer. Es una toma de conciencia del límite: nuestro límite como seres temporales, “La sorpresa de los límites”, como decía un verso de Chantal Maillard.

  Desgranar a la corteza es fundir horizontes entre la herencia del árbol y el horizonte presente del que lo interpreta. Por ello, la corteza, además de un registro de la naturaleza para contar meses, años, es también un mapa humano: un mapa vivo, dinámico, que leeremos y reviviremos, y ensanchará nuestro horizonte de interpretación, nuestra forma de entendernos a nosotros en el tiempo, de estar inscritos en la historia, nuestra manera de estar en el mundo. Si el espacio es una cualidad inherente de la memoria, la temporalidad también es una cualidad inherente del espacio. Toda historia se despliega en el espacio y, por ello, situarse en un lugar específico, es un acto del recuerdo.

  Esta forma de leer las cortezas de los árboles que nos rodean, y de leernos en ellas, siempre tomará caminos inesperados. Pero al adentrarnos en esos lugares de la memoria recordaremos– limitados por lo que hemos llamado tiempo – que somos aquí y ahora, y reviviremos aquellos célebres versos de Luis Cernuda: “Yo fui. […] He sido.”

Patricia García, 2016


Noúmenos y Obstáculos

Adrián Unger

El fenómeno es el aspecto de la cosa que queda delineada por nuestros sentidos luego de la experiencia sensorial e intelectual.
En oposición, el aspecto intangible, indecible, inexperienciable, de la misma cosa es el noúmeno. Y no sabe de límites.

La costumbre se alimenta de la experiencia.
Y favorece una estructura mental basada en fenómenos. Se evidencia definiendo para todo, etiquetas sensoriales e intelectuales.
“Esto lo conozco y es tal cosa y se comporta de tal otra”
Para hacerse alto, un tronco crece fácil hacia arriba (sólo se opone la gravedad).
Para engrosarse, el centro debe desgarrar al lado externo. Se opone a sí mismo.
Ampliar la consciencia en dirección a lo que se ignora no opone resistencia, ya que toda primera interpretación es válida.
El andamiaje de experiencias previas acobija cómo hogar.
Pero al ampliar la consciencia en esa dirección, la experiencia es obstáculo.
Al crecer, el círculo debe desgarrarse a sí mismo.
Porque el centro empuja sin límite
(siempre que sea noúmeno).